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Venerable

El 7 de abril de 1984 la Santa Sede, por disposición del Papa San Juan Pablo II, decretó que había vivido las virtudes en grado heroico.

Estos fueron los pasos hasta llegar a este momento tan importante:

Madre Carmen muere el 9 de noviembre de 1899.

Ante la devoción que se suscita tras la muerte, comienza la recogida «particular» de testimonios sobre su vida como ejemplo de virtudes, sobre su fama, datos sobre gracias obtenidas por su intercesión.

Se solicita permiso para esas actividades. Se hace una oración para pedir la intercesión, se escribe una pequeña biografía. Es como una fase de promoción para alentar la devoción, desde el Instituto o la/s persona/s que este encarga.

Entre los testimonios de esta prolongada época se recogen las curaciones de varios niños y niñas a los que se aplicaron reliquias de Madre Carmen a la vez que invocaba su intercesión: Pepita Álvarez Casaus, Mª Luisa Rojas Tapia, Alfonso Jiménez Santos, Mª Cruz Mantilla Manzanares y otros más.

En 1945 es incoado en la Curia de Málaga el Proceso Informativo de fama de santidad, virtudes y milagros. El Sr. Obispo cree suficientes los méritos, y comienza el proceso para estudiar con detalle la vida. Se le empieza a llamar “Sierva de Dios”.

El 7 de marzo de 1947 se coloca un óleo de Madre Carmen en la Galería de Hijos Ilustres, del Excmo. Ayuntamiento. El 30 de mayo del mismo año, exhumación y traslado de los restos a la Capilla de San Francisco, en La Victoria.

El 9 de noviembre de 1949, al cumplirse los 50 años de su muerte, el Excmo. Ayuntamiento pone solemnemente una placa conmemorativa en la casa natal de Madre Carmen, en la Cuesta de los Rojas.

En 1950 se clausura el Proceso Informativo de fama de santidad. El Tribunal Diocesano que ha estudiado la vida y testimonios, juzga conveniente que se proponga introducir la Causa de Beatificación en Roma.

En 1956 se publica el Decreto que autoriza la introducción de la Causa de Beatificación en Roma.

Se constituye, en 1963, la Comisión que introducirá la Causa en Roma. Se comprueba que existe devoción particular extendida, pero no culto público como tal. Esta fase queda superada en 1964.

Se empiezan a estudiar en Roma, detenimiento, rigor y debates entre los miembros del Tribunal allí constituido, las virtudes que practicó a lo largo de su vida la Sierva de Dios. Es la etapa más larga del Proceso.

En 1983 se reúnen los Teólogos Consultores.

En 1984, los Cardenales, reunidos en Congregación Ordinaria, reconocen que la Sierva de Dios ha practicado de modo heroico las virtudes teologales, las cardinales y las que le son anejas. El 7 de abril del mismo año, el Papa Juan Pablo II promulga el Decreto de Virtudes Heroicas. A partir de este momento, Madre Carmen es llamada Venerable.

La Cruz, instrumento que escogió la oculta sabiduría de Dios para redimir al género humano y reconciliar consigo “tanto lo que está sobre la tierra como lo que hay en el cielo” (Col 1,20), el Señor Jesús, “que murió por nuestros pecados según las escrituras” (1Cor 15,3), la dio a sus seguidores como la principal ley: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, coja su cruz y sígame” (Mt 16,25).  Pues el discípulo, que recorre el camino de la cruz junto con  su divino Maestro, al mismo tiempo que experimenta su debilidad, también experimenta la fuerza salvífica de Cristo (cfr. 2Cor 12,9), participa en cierto modo en la obra de la redención, cumpliendo en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo por el bien de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24)  y finalmente pone el fundamento para participar él mismo de la resurrección y de la gloria del Señor (cfr. 1P 4,13)  el cual en la misma Cruz “alcanzó y cumplió totalmente su mandato; él, cumpliendo la voluntad del Padre, al mismo tiempo se fortaleció y se perfeccionó a Sí mismo. En la debilidad mostró su poder y en la humildad la plena grandeza mesiánica” (J. Pablo II, carta apostólica Salvifici doloris, 22, del día 11 de febrero de 1984).

Mas, el misterio de la Cruz necesariamente manifiesta, como su mayor valor, el misterio del amor y de la vida, que gratuitamente se derraman y se entregan: “Pues de tal modo amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).

El mismo Redentor mostró en gran en grado máximo con su vida la admirable y fecunda unión del amor y la vida y él mismo lo recordó cuando dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, dar uno la vida por sus amigos” (Jn 15,13). De aquí que “en el plan mesiánico de Cristo que al propio tiempo es el plan del Reino de Dios, las dolencias existen en el mundo para excitar la caridad, para engendrar obras de caridad para con el prójimo, para convertir el culto de la humanidad en “la humanidad de la caridad”. En esta caridad el significado salvífico del dolor se perfecciona plenamente y llega a su más alto grado. Las palabras de Cristo en el último juicio exponen todo esto enteramente con la simplicidad y claridad del Evangelio” (J. Pablo II, ib 30).

Dicho esto, pensamos que podemos afirmar con la autoridad de la historia, que la vida de la Sierva de Dios María del Carmen González Ramos del Niño Jesús estuvo guiada por el resplandor de la cruz y del amor cristiano, como guio la estrella a los Magos hasta el Divino Infante; pues ella, durante los años de su vida matrimonial, de su viudedad y de su vida religiosa, recorrió un camino angosto y difícil abrumado por graves y largos sufrimientos espirituales, por humillaciones e injurias, experimentando, en verdad, que el siervo no es mayor que su Señor  (cfr. Jn 15,20); pero, al mismo tiempo, con la certeza de que todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (cfr. Jn 4,7) dio testimonio con gran ánimo y con verdad de que el primero de todos los mandamientos es amar a Dios con todo el corazón con toda la mente, con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo (cfr. Mc 12,28-33)  más aún amar al prójimo como lo amó el mismo Cristo.

Nació la Sierva de Dios en Antequera, de la Diócesis de Málaga, el 30 de junio del año 1834, siendo sus padres Salvador González y Juana Ramos, nacidos en un hogar honrado y buenos cristianos, los cuales en el Bautismo le pusieron los nombres de María Carmela Josefa y después con la ayuda de peritos maestros la formaron con una fructuosa y diligente educación.

Desde su niñez demostró un carácter dócil, amable, pudoroso, un alma singularmente humilde, una sincera afición a las obras de caridad y religión, obediencia y un sencillo cuidado de su vestido y de su cuerpo, que sobresalía por una gran hermosura, según se decía.

En el año 1857, aunque se oponían grandemente a ellos y no sin motivo, los familiares, solamente deseosos de su bien, contrajo matrimonio con el joven Joaquín Muñoz del Caño de Hoyos. Como fácilmente podía preverse, los 24 años que pasó en su vida matrimonial, fueron para las Sierva de Dios como un cáliz muy amargo, lleno hasta el borde de dolores, mezquindades, ofensas y vejámenes: todo lo cual, sin embargo, siendo como era una esposa fidelísima y consciente de sus deberes, lo sobrellevó con admirable fortaleza, paciencia, ecuanimidad y caridad, siempre dispuesta a excusar y perdonar. Más aún, con sus palabras, su ejemplo, sus ruegos procuró con empeño volver al marido al buen camino: lo que por fin alcanzó de Dios.

Habiendo soportado muchas dificultades y adversidades, la Sierva de Dios conoció la fuerza purificadora del dolor, semejante a la fuerza del fuego que limpia la escoria que limpia de escoria. Los metales preciosos (cfr. Salmo 66, 10)  y aprendió con gran utilidad para su alma y con gran adelantamiento en el seguimiento de Cristo, que el Señor corrige al que ama y se complace en él, como un Padre en su hijo (cfr. Pr 3,12), y que los planes del Altísimo se perfeccionan con el dolor, como enseñó a los discípulos, el Cordero que se inmoló para quitar el pecado del mundo (cfr. Jn 1,29).

Mientras iba recorriendo este difícil camino espiritual, María del Carmen estuvo fortalecida y sostenida por la oración, la frecuencia fervorosa del sacrificio Eucarístico, las obras de caridad, la asistencia a asociaciones católicas, entre ellas, la Asociación de San Vicente de Paúl, de la que fue elegida presidente el año 1875, y la asociación de la Orden Tercera de San Francisco en la que ingresó el año 1877 y en la que después ejerció el cargo de Maestra de Novicias.

Muerto su esposo el año 1881 libre de los cuidados familiares, ya que no tuvo hijos en su matrimonio, se entregó enteramente a los ejercicios de piedad y deseosa de servir a Cristo en los humildes y necesitados, convirtió su casa en un verdadero y auténtico domicilio de caridad. Pues allí ofrecía hospitalidad a las niñitas pobres, a las que enseñaba a leer y escribir y las preparaba a la Primera Comunión, las cuidaba y las educaba en la doctrina cristiana, sufriendo con ánimo tranquilo muchas molestias y despreciando con fortaleza las críticas de sus familiares.

Habiendo determinado consagrar al Señor lo que le quedará de vida y queriendo consolidar su obra de un modo ordenado y permanente, con los consejos y ayuda de su maestro espiritual el P. Bernabé de Astorga, miembro de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, emprendió la fundación de un nuevo Instituto Religioso, el cual, en verdad nació en un tiempo en el que la Iglesia Católica española aparecía llena de vigor apostólico y atendiendo a la sociedad civil. La primera casa de la nueva Congregación, que se llamó Congregación de Hermanas de la Orden Tercera de San Francisco y de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, se fundó en Antequera el día 8 de mayo del año 1884, con la aprobación del Obispo de Málaga Manuel Gómez Salazar. El mismo año, el día 17 de septiembre en que se celebra la memoria litúrgica de las Llagas del Seráfico Santo de Asís, la Sierva de Dios, junto con ocho piadosas mujeres, vistió el hábito religioso; el día 20 de febrero del año 1885, emitió los votos temporales, y el día 20 de febrero de 1889 hizo su Profesión Perpetua: con esta ocasión fue elegida también Superiora General; este cargo lo desempeñó hasta el año 1897, con prudencia celestial, con amable y maternal magnanimidad, con diligencia constante, sobre todo, en cultivar y promover la formación de los miembros de su Instituto: los cuales recibieron un gran provecho por el ejemplo de su fe simple y sólida, por su pronta y alegre voluntad de servir a todos, por su perfecta observancia de las Reglas, por su admirable fortaleza y por su sumisión a la voluntad y providencia divina. Con un corazón intrépido, nunca indecisa, ni indolente en su ánimo, respondió a la vocación que había aceptado; y dócil a la acción del espíritu Santo mostró su total consagración y su plena fidelidad al Señor y se nutrió con el ardiente amor a Dios, a la Eucaristía, a la Virgen del Socorro, a la oración, al silencio, a la humildad, más aún con la constantísima profesión de los consejos evangélicos, con la plena renuncia del mundo, con la total moderación y mortificación de sí misma, con la filial y activa obediencia a la Iglesia, con el ferventísimo deseo de la salvación de las almas y con el cuidado de todos aquellos a quien les hacía falta un especial cuidado humano y caridad.

Durante su gobierno, el Instituto creció rápidamente: pues fueron muchas las vocaciones y en varios sitios de España se fundaron centros para jóvenes, escuelas, hospitales, para atender a los hijos e hijas de los pobres, procurando el bienestar de los cuales, la Sierva de Dios siempre estuvo dispuesta a soportar toda clase de trabajos, acordándose de las palabras del Señor: “cualquiera que recibe a uno de estos niños en mi Nombre, a Mí me recibe” (Mc 9,37).

Pero tan gran número de obras, que aprobaban tanto los laicos como los eclesiásticos, entre los cuales no se es grato recordar al Venerable Cardenal Spínola Maestre, fue puesto a prueba por la penosa experiencia de la cruz, “que la carne y el mundo imponen sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia”. (Conc. Ec. Vat. II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo de hoy “Gaudium et Spes, 38).

Pues la nueva congregación se vio perturbada por no pequeñas ni cortas dificultades internas, y la misma Fundadora estuvo sometida a injustas injurias y a falsas calumnias, las que sin embargo estando como estaba ya hacía tiempo preparada y ejercitada para recorrer el camino del Calvario, las tolero con una incomparable fortaleza de alma y humildad, confiada enteramente en el Señor y movida por un singular amor hacia sus perseguidores y calumniadores, a los cuales, habiéndolos perdonado de buena voluntad, y sinceramente, siempre los trató con un especial respeto y benevolencia. Por lo cual tenemos por cierto qué por este comportamiento de la Madre María del Carmen en tales dolorosísimas circunstancias, resplandecieron más la solidez y la suma perfección de sus virtudes humanas y cristianas y que las angustias de su alma -que le causaron aquellos a quienes amaba- sirvieron celestialmente al Instituto de una grandísima utilidad.

El Capítulo General celebrado el año 1897, no la confirmó en su cargo de superiora general, y no la nombró sino primera consultora, por lo que llevó una vida apartada y oculta. Pasó los últimos años de una vida activa e irreprochable como una simple hermana, con una entera humildad y con su acostumbrada paciencia deseosa sobre todo de la gloria de Dios, y de mantener encendida la lámpara siempre ardiente con su amor y las angustias de su corazón; esperando al Esposo para entrar con él a las bodas (cfr. Mt 25, 1-11) y a la luz que no conoce ocaso, donde los justos “sufriendo pequeños castigos, recibirán grandes favores  porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de Sí” (Sab 3,5).

Habiendo contraído la enfermedad contagiosa del tifus, sobrellevó con ánimo tranquilo esta última amargura, pues no pudo expirar rodeada por la comunidad antequerana de sus Hermanas, las cuales rezaban llorando en las habitaciones contiguas al cuarto, donde ella yacía moribunda. Salió de esta vida piadosa y santamente el día 9 de noviembre de 1899 por la mañana, a los 65 años de edad.

La fama de su santidad, que durante su vida fue brillante, se mantuvo después de su muerte; por lo cual, desde el año 1945 a 1950, en la Curia Episcopal de Málaga, se introdujo el Proceso Ordinario informativo, en la Curia Episcopal de Barcelona el Proceso Rogatorial (en los años 1948-1949). Dado el Decreto sobre los escitos el día 25 de noviembre de 1956, se introdujo la causa de Beatificación Canonización el día 19 de diciembre de 1963 en los años 1964-1965 en la misma Curia de Málaga, se tramitó el Proceso Apostólico sobre las virtudes en particular, cuya validez jurídica fue aprobada por un decreto dado el día 29 de octubre de 1969. Para completar y confirmar los testimonios, el Oficio Histórico Hagiográfico de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos preparó por un oficio la Inquisición (búsqueda de las pruebas) (el año 1974); después terminada la Posición sobre las virtudes, los Teólogos Consultores en Congreso peculiar  que se había reunido el día 12 de abril de 1983, y después los Cardenales en Congregación Ordinaria de 21 de febrero de 1984, siendo Ponente rl Eminentísimo, Mario Luis Ciappi  reconocieron que la Sierva de Dios había practicado de un modo heroico las virtudes teologales, las cardinales y las que les son anejas.

Hecho sabedor de todo esto por el Cardenal Prefecto que suscribe, el Sumo Pontífice Juan Pablo II, aceptando los votos de la Sagrada Congregación, mandó que se redactará el Decreto sobre las virtudes heroicas de la Sierva de Dios.

Hecho lo cual debidamente, en el día de hoy, citados los Cardenales, el infrascrito Prefecto y Mario Luis Ciappi, relator o Ponente de la causa y yo Obispo Secretario y los demás que de costumbre tenían que ser citados, estando todos presentes, el Beatísimo Padre declaro: Que constaba de las virtudes, teologales Fe, Esperanza y Caridad para con Dios y para con el prójimo, además de las cardinales Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza y de las que se relacionan con ellas, de la Sierva de Dios María del Carmen González Ramos del Niño Jesús, en un grado heroico, en el caso y al efecto de que se trata.

Y mandó que este Decreto fuera hecho público y fuera inscrito en las Actas de la Sga. Congregación para las Causas de los Santos.

Dado en Roma, el día 7 de abril del año Jubileo de la Redención 1984.

Pedro Card. Palazzini, Prefecto

-Trajano Crisan, Arzobispo Tit.  de Drivasto, Secretario.