Up! ¡aquí estoy! · Celebramos la festividad de San Francisco de Asís

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

El día 4 de octubre, la Iglesia universal celebra la fiesta de San Francisco de Asís.

Nosotros, como parte de esta gran familia, queremos prepararnos para festejar este día. Nos acercamos a la figura del santo a través de estas imágenes extraídas de la película  «Clara y Francisco».

¿Sabías que Francisco fue un buscador de Dios?

Comencemos por el principio. Asís, año 1181. Francisco era el hijo de una conocida familia de la ciudad: su madre, Madonna Pica y su padre Pietro Bernardone, un renombrado mercader.

Pietro estaba en Francia en uno de sus viajes cuando su hijo nació. A su vuelta, el niño ya había sido bautizado con el nombre de Juan, pero él propuso llamarle con un nombre menos conocido: Francesco, que significa ‘el francés’.
Desde temprana edad, Francisco aprende el oficio de su padre. Sin embargo, no muestra demasiado interés. El sueño de Francisco está lejos de ser vendedor de telas. Lo tiene claro, quiere ser un gran caballero. La oportunidad de demostrar su valía llegará cuando él tiene unos veinte años. Las ciudades de Asís y Perugia entran en guerra. Asís pierde la batalla y Francisco con otros muchos jóvenes es encarcelado durante un año. En estos meses ‘el caballero de Asís’ tiene tiempo para detenerse a pensar cuál sería realmente su lugar en el mundo…
Puesto en libertad, su deseo de ser caballero se aviva. No se da por vencido. Cuenta la tradición que, en una nueva aventura, una noche camino de Espoleto, Francisco escucha la voz de Cristo que le insta a volver a casa y a esperar allí a que Cristo mismo le descubriera su sueño sobre él.

«Señor, ¿qué quieres que haga?» 

Desde aquella noche, Francisco no fue el mismo. Dios salió a su encuentro y desde entonces, sin todavía poder ver claro, Francisco tuvo la certeza que el sueño de Dios y el suyo no iban por el mismo camino. Pero lo que sí tenía claro es que ser caballero no le hacía feliz.
El momento de encuentro definitivo entre el santo y el Señor lo narra san Buenaventura, uno de sus biográfos.
«Salió un día Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba ruina, entró en ella, movido por el Espíritu, a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado, de pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la Cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la misma Cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!» Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la iglesia, al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en la decisión de reparar materialmente la iglesia, aunque la voz divina se refería principalmente a la reparación de la Iglesia que Cristo adquirió con su sangre».

El Señor llama a Francisco por su nombre y le encomienda una misión: «Francisco, vete y repara mi casa». El santo, que tanto había rezado y buscado descubrir la voluntad de Dios, responde con generosidad ‘aquí estoy’ al sueño de Dios, en un principio de manera literal, reconstruyendo las iglesias en ruinas de la ciudad de Asís y más adelante reformando la Iglesia, haciendo que muchos hombres y mujeres de aquel momento y de todos los tiempos encontraran una forma muy concreta de seguir a Jesús.

El encuentro con Cristo llevó a Francisco a cambiar riqueza por pobreza, su sueño de gloria por una vida sencilla, la armadura por un sayal y un par de sandalias, los honores de caballero por el servicio a todos, el afán de ser admirado por la aceptación de lo que realmente somos, el cuidar de su familia por vivir la fraternidad universal.

La vida de san Francisco puede, simplemente, llamarnos la atención o puede ser una invitación para animarnos a ponernos en camino y descubrir poco a poco qué es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.

El ‘aquí estoy’ de san Francisco trajo consigo otros muchos: Santa Clara, san Pascual Bailón, santa Isabel de Hungría, san Antonio de Padua, Madre Carmen, Madre Carlota,… son miles y miles los santos franciscanos que a lo largo de la historia han buscado el sueño sobre ellos y se han lanzado a pisar fuerte y dejar huella siguiendo a Jesús. Y tú, ¿a dónde estás dispuesto a llegar? ¿Eres consciente de que tu ‘aquí estoy’ es imprescindible para los demás? 


Up! ¡manos a la obra!

Desde su encuentro con el Cristo de San Damián, el corazón de Francisco no dejaba de bendecir a Dios ¡por todo y por todos! Pongamos nosotros en práctica la bendición con sus mismas palabras. Te invitamos a que cuando te cruces con alguien, aunque sea en silencio, digas de corazón:

«El Señor te bendiga y te guarde»