QUINTA SEMANA DE CUARESMA. ¿Quién eres tú? Los dos ladrones

Uno a su derecha y el otro a su izquierda. Así nos crucificaron junto a Jesús.

No hacía falta que lo demostrara. ¡Él era el Mesías! Allí, en aquel monte, junto a Él, recibí el regalo más grande que nadie me había hecho jamás: el PERDÓN. Recibí el PERDÓN de Dios cuando ya estaba todo perdido, cuando yo estaba perdido. Me atreví a pedirle a Jesús que se acordara de mí cuando llegase a ese Reino que había anunciado. Él no se lo pensó dos veces: «Hoy». No más tarde: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Su misericordia y su PERDÓN son infinitos. ¡Bendito sea Dios que tanto nos quiere!

Ladrón: Uno a su derecha y el otro a su izquierda. Así nos crucificaron junto a Jesús. 

Buen ladrón: Habíamos oído hablar mucho de Él. En cuestión de tres años su nombre estaba en boca de muchos.

Ladrón: Contaban que había hecho milagros, que hablaba en parábolas.

Buen ladrón: Las palabras que decía y los gestos que realizaba provocaban muchas conversiones. Y eso no gustaba nada a los gobernadores y a los sacerdotes… Cada vez eran más los que le seguían…

Ladrón: Quienes no terminaban de creer que la Palabra de Dios se había hecho carne y que las promesas de Dios se habían cumplido, no vieron en Jesús más que un profeta.
Buen ladrón: Otros, en cambio, reconocieron en Él al Mesías.

Ladrón: Yo fui más de los primeros. Incluso en la cruz le provoqué para que realizara uno de sus milagros. Recuerdo perfectamente lo que le dije: «Si eres Dios, bájanos de la cruz».

Buen ladrón: No hacía falta que lo demostrara. ¡Él era el Mesías! Allí, en aquel monte, junto a Él, recibí el regalo más grande que nadie me había hecho jamás: el PERDÓN. Recibí el PERDÓN de Dios cuando ya estaba todo perdido, cuando yo estaba perdido. Me atreví a pedirle a Jesús que se acordara de mí cuando llegase a ese Reino que había anunciado. Él no se lo pensó dos veces: «Hoy». No más tarde: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Su misericordia y su PERDÓN son infinitos. ¡Bendito sea Dios que tanto nos quiere!.

Señor Jesús, cuánto me cuesta reconocer que me equivoco, caminar por tus sendas, ser coherente con lo que digo y hago… Y hechas estas cosas, cuánto me cuesta también pedir PERDÓN. Sin embargo, cuando todo parece estar perdido, cuando incluso yo mismo dejo de confiar en mí, sales a mi encuentro.

«Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino», ilumina las tinieblas de mi corazón.

No permitas que me pierda, ilumina las tinieblas de mi corazón.

Enséñame a perdonar y a pedir PERDÓN, ilumina las tinieblas de mi corazón.

Para que cumpla tu santo y veraz mandamiento desde hoy hasta que me lleves a tu Reino.

Amén.