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Niña y Joven

El día 30 de junio de 1834 nació en Antequera una niña que hacia el número cinco entre los hijos de don Salvador González y doña Juana Ramos.

Al día siguiente, fue bautizada en la iglesia de Santa María. Desde este momento la niña tiene un nombre: María del Carmen. La Iglesia cuenta con una nueva hija. Los padres de la pequeña han cumplido, para con ella, su primer deber de cristianos; le han hecho el mejor regalo de su vida que completaran después con una educación conforme a sus convicciones cristianas.

Pronto empezaron a ver que la semilla iba cayendo en «tierra buena».

La niña era fuera de serie; simpatía, inteligencia, vivacidad, bondad de corazón, sensibilidad ante las necesidades ajenas, piedad, amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen, hacen de Carmen una adolescente encantadora con quien se sienten felices cuantos se relacionan con ella.

Así llega a la juventud con una personalidad tan definida que llama la atención a todos los que la conocen y así entrará Carmen por los caminos nada fáciles que la Providencia le irá marcando.

Carmen tuvo que afrontar serias dificultades a la hora de las grandes opciones de la vida: oposición de sus padres ante un posible matrimonio que no ofrece las garantías que don Salvador desea para su hija.

Más tarde, ante el propósito de ingresar en las Carmelitas Descalzas: disgusto, contrariedad, nueva oposición en los suyos; en Carmen muchas cosas que se derrumban, sin hundirla, porque se mantiene en pie su fe y su confianza en Dios.

También en don Salvador persiste la convicción de que Carmen tiene algo especial, que no es como todas, y le hace decir: «Mi hija es una santa».

Amanece un nuevo día

Real Colegiata de Santa María la Mayor donde fue bautizada Madre Carmen

—¡Qué bonita es, Juana!— y se le vuelve miel en los labios a don Salvador, los primeros piropos a su chiquitina.

La madre, sin apartar la mirada de la niña, contesta:

 —¿Te has fijado? ¡Ha nacido justo a las doce! ¡Como si quisiera estrenar un nuevo día! Don Salvador puntualiza:

—Comienzo del día y final del mes.

¡30 de junio de 1834! Quedan en silencio un momento, escuchando extasiados el llantito de la cría, que les suena a concierto.

—¡No llores, cielo! La acuna con ternura mamá.

Esta noche de 1834, el número 4 de la Cuesta de los Rojas, es un cachito de cielo.

Al día siguiente subirán todos la cuesta que va a Santa María, para bautizarla.

Le pusieron María del Carmen, aunque en casa le llamarán Carmencita.

¡María del Carmen González Ramos! Quinta hija del segundo matrimonio de D. Salvador González García con Doña Juana Ramos Prieto. Los González Santa Cruz eran hidalgos. Hay escudo de armas, títulos nobiliarios…, pero el que recibió hoy Carmencita, era único: ¡¡hija de Dios!!

Niña por dentro y por fuera

Casa natal de Madre Carmen. Cuesta de los Rojas, 4. Antequera. Málaga.
Carmencita va creciendo vivaracha y despierta. Tiene un no sé qué, mezcla de dulzura y serenidad que la hacen atractiva. Va y viene junto a sus hermanos. Juega. ¡Está alegre! Niña por dentro y por fuera. Sonriente. Sincera. Siempre conservará en su corazón el frescor de la primavera. Será siempre niña para recibir el Reino. Cuando se trata de Carmen, sus maestros Don Antonio García y Doña Dolores Delgado Repilar, no saben poner punto final a sus halagos. Doña Dolores que la preparaba para su Primera Comunión decía: —No sé qué tiene esta niña. Cuando se le habla de Dios no pestañea y cuando lo hace ella «la carita se le pone como la amapola… ¡Es un ángel! Sí, Carmencita se daba cuenta que preparaba un momento importante: Jesús venía a su corazón. Del primer encuentro no sabemos la fecha, pero sí las consecuencias. Carmen quedará marcada. Diariamente, poco común en esta época, se acercará a comulgar. ¡Siempre Jesucristo «el secreto» de esta mujer!

Mi hija es una santa

Convento de Santa Catalina

Ya desde adolescente manifestó poseer una especial habilidad para unir voluntades y componer discordias. Su padre decía: «¡Mi hija es una santa!»

Los ahorros de sus gastos superfluos y lo que recababa entre sus familiares todo lo distribuía entre los pobres que visitaba.

Don José Rodríguez Campo, capellán de las Dominicas, la nombra camarera de la Virgen del Rosario de la Iglesia de Santa Catalina.(4)

Don José viene observando ese «algo más», que pone la joven al preparar el altar de la Virgen.

—¿Qué hay, Carmen? ¡Te está quedando precioso! ¿Cómo te la ingenias para disponerlo distinto cada día?

—Es el cariño con que usted lo mira, padre.

Lo que Dios ve

Convento de San José, Carmelitas Descalzas
Su vida en sociedad es la propia de su edad y de su posición. Gran parte de sus ocupaciones se centran en la atención a los necesitados y las prácticas de una intensa vida cristiana. Se dice que Carmen quiere ingresar en el convento de las Carmelitas Descalzas. Parece que Dios está haciendo con ella como cuando te encuentras en un arriate, entre muchas flores, una que es especial: la cuidas, la mimas, estás al tanto de cualquier hierbecilla que sale, y luego… la trasplantas… porque sí, porque la quieres para ti… porque te gusta más… ¡qué sé yo!… Pero no podrá hacerlo. ¿Que no está de Dios? Quizá, por el momento, no; sólo por el momento. Dios sabe esperar, y en cada compás de espera su silencio elabora nuevas maravillas…

Hecha para amar

Doña Juana Ramos Prieto, madre de Carmen

Desde temprana edad, 13 ó 14 años, era cortejada por un joven once años mayor que ella, Joaquín Muñoz del Caño, que solía decir: «Yo os aseguro que esa muchacha, tan angelical, será para mí».

Joaquín Muñoz del Caño; para sus amigos, Cañito: miembro de una familia de muy buena posición, simpatía y éxito entre el sector joven de la alta sociedad, un carácter difícil, desigual, según algunos que lo conocen de cerca.

No; no es ese el esposo que don Salvador sueña para su hija. Y se opone con todas sus fuerzas ante la perspectiva de unas posibles relaciones.

Se oponen todos… menos Carmen, porque ella lo quiere.

Corría el año 1855 y en la calle Encarnación, 9 todo se detiene y gira entorno a la habitación de la madre de Carmen.

Hay epidemia de cólera en Antequera y D.ª Juana acusa los primeros síntomas.

A pesar de que se ponen todos los medios para atajar el mal,

no tardará en llegar su despedida, sin dramatismos, aunque con gran dolor.

Tienen fe: saben que volverán a encontrarse un día.

María del Carmen, que acaba de cumplir veintiún años,

toma las riendas del hogar.

Pondrá todo su empeño en vestir la soledad de esperanza.

Ha pasado un año desde la muerte de su madre y a los 22 años, Carmen expone a su padre de nuevo el deseo de contraer matrimonio con Don Joaquín Muñoz del Caño, y nueva negativa de D. Salvador, que le insiste a Carmen:

—Hija mía, Joaquín no es buen hombre para ti, vas a ser muy desgraciada con él. La vida de ese hombre no es sana, deja mucho que desear. Mira a tu alrededor, tienes la posibilidad de escoger entre hombres mejores que él.

—Papá, yo se que son ciertas todas las dificultades de que habla. Pero Dios me ayudará.

  1. Salvador tiene sus razones para temer. Además, Carmen es, como suele decirse, su ojo derecho. No es el capricho de una chiquilla, sino el querer de Dios, lo que se le opone.

Esta vez ella no cede.

Ha medido palmo a palmo y quiere poner una señal imborrable en el punto donde acaba la lógica de los hombres, que es justamente donde empieza la locura de la Cruz.