La Beatificación
de Madre Carmen

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La beatificación

Mayo de 2007 fue el mes en el que Madre Carmen del Niño Jesús fue beatificada. 

Este acto fue precedido de un acto de acogida de los peregrinos que acudieron de diversos puntos de España y de América. 

Este acto, que tuvo lugar en la Plaza de Toros de Antequera, estuvo dividido en tres partes:

La acogida de cada una de las obras de la Congregación, representada en grupos de peregrinos que iban realizando su entrada al recinto. La representación de escenas de la vida de Madre Carmen más significativas y la interpretación de danzas típicas de los lugares donde la Congregación está presente.

Ese mismo día por la noche se llevó a cabo una Vigilia de Oración en el Pabellón Fernándo Argüelles, en la que se profundizó en la mirada de Madre Carmen hacia Jesús en Belén, el Calvario y la Eucaristía. 

El día 6 de mayo, el Recinto Ferial de Antequera se vistió de gala para acoger la solemne ceremonia de la beatificación que  congregó a más de  10.000 personas llegadas de distintos puntos de España y otros países. Antes de comenzar la celebración, la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, patrona de la ciudad de Antequera, a la que Madre Carmen había mirado tantas veces cuando iba a recibir a Jesús Eucaristía,  fue llevada en andas hasta el lugar de la beatificación. 

El cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidió la ceremonia de beatificación, a la que también asistieron el cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, y el obispo de Málaga , Antonio Dorado.

Más de un centenar de sacerdotes de diferentes diócesis españolas e iberoamericanas concelebraron la Eucaristía. 

Finalmente, el lunes 7  se celebró la Eucaristía de Acción de Gracias en la iglesia de  Nuestra Señora de los Remedios.

Palabras de acogida de Monseñor Dorado Soto, Obispo de Málaga, en la ceremonia de Beatificación de Madre Carmen

«Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre; cantad himnos a su gloria». Estas palabras con las que comienza la misa del V Domingo de Pascua son la expresión más lograda del acto que celebramos: Un encuentro de oración, de alabanza y de gratitud a Dios.

Padre, por su Hijo Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo. Nos preside, en nombre del Santo Padre, Vuestra Eminencia Reverendísima, Señor Cardenal Saraiva, a quien acogemos fraternalmente y rogamos que haga llegar a Su Santidad el filial afecto y la gratitud de esta Iglesia malagueña. Nos acompañan también los señores Cardenales, numerosos hermanos Obispos y sacerdotes, algunos llegados de lejos, religiosas y religiosos y, los más numerosos, los miembros del Pueblo de Dios que han acudido de diversos lugares del mundo. ¡Qué hermoso que los hermanos se reúnan en torno al Resucitado!

Porque nos ha congregado Jesucristo, el Señor, pero se ha querido servir de una sencilla hija de esta tierra, María del Carmen González Ramos, hoy la Venerable Madre Carmen del Niño Jesús, y dentro de unas horas, Beata Madre Carmen. Nuestra gratitud se dirige especialmente al Espíritu Santo que revistió de amor, de fortaleza, de bondad, de compasión y de entrañas de misericordia a esta mujer nacida y criada entre nosotros. En circunstancias personales difíciles no perdió la confianza en Dios; y durante sus años de matrimonio, fue testigo muy elocuente de una existencia evangélica impregnada de las Bienaventuranzas.

Como mujer del pueblo, dotada de un profundo sentido común y de una honda rebeldía evangélica frente a las situaciones de injusticia y sufrimiento, logró atraer a su esposo al seguimiento de Jesucristo; y, ya viuda, buscó una respuesta más eficaz para el abandono en que se encontraban los más desvalidos de su tiempo: ancianos, enfermos y niños de las familias pobres.

Perteneció a ese tipo de personas que no se contentan con hablar del dolor ajeno ni con llorar o indignarse ante la injusticia y la opresión que hay en nuestro mundo, sino que, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, pasó a la acción para realizar todo lo que estaba en sus manos. Y hoy sois vosotras, las queridas Religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, las que habéis cogido la antorcha de su fe y de su amor a Dios y al hombre. Impulsadas por su carisma y por su intercesión, sois testigos de la misericordia de Dios y de su pasión por el hombre. Vuestra vida y vuestras obras son una proclamación viva del Evangelio que nos salva.

Esto nos impulsa a dar gracias a Dios y a proclamar a nuestro pueblo cristiano que la santidad está al alcance de todos los bautizados, también cuando se ven probados por la cruz. En un mundo que busca su futuro al margen de Dios, queremos proclamar que no existe otro camino que la fe en Jesucristo. Y se lo tenemos que decir con obras y con palabras, como la Madre Carmen.

Es ella, esta hija fiel de la Iglesia de Málaga, la Madre Carmen, quien justifica vuestra presencia entre nosotros en fecha tan señalada, Señores cardenales, Sr. Nuncio Apostólico, señores Obispos, hermanos sacerdotes y miembros todos del Pueblo de Dios. Gracias por vuestra presencia amiga y por vuestra oración.

Y dígale al Santo Padre, Señor Cardenal Saraiva, que la Iglesia de Málaga, tan pródiga en santos a lo largo del siglo XX, reza por él cada día, vive en alegre comunión con su persona y le agradece su servicio generoso al Pueblo de Dios; pero de manera especial, su servicio a través de sus frecuentes y fecundas catequesis; y de este acto por el que será proclamada Beata una hija de Antequera.

Antequera, 6 de mayo de 2007
Antonio DORADO SOTO
Obispo de Málaga

Homilía de Monseñor Saraiva Martins en la Beatificación de Madre Carmen

V DOMINGO DE PASCUA

MADRE CARMEN DEL NIÑO JESÚS GONZÁLEZ RAMOS MISA DE LA BEATIFICACIÓN
(Hch 14,21b-26; Ap 21, 1-5ª; Jn 13, 31-33ª.34-35)

Excelentísimos Señores Obispos y hermanos en el sacerdocio, religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, distinguidas autoridades, hermanas y hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
Por encargo y delegación del Papa Benedicto XVI, he tenido la dicha de hacer público el documento mediante el cual el Santo Padre declara Beata a la Madre Carmen del Niño Jesús González Ramos y nos encontramos reunidos en esta celebración eucarística para dar gracias a Dios y compartir la alegría por la beatificación.

1. En el Evangelio de este domingo V de Pascua hemos escuchado: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 34-35). Son palabras de Jesús, dichas a sus discípulos después de haberles lavado los pies en la Última Cena inmediatamente antes de su Pasión, que hemos revivido hace un mes, el día de Jueves Santo.

Habla el Señor de un mandamiento nuevo. ¿qué quiere decir nuevo? No significa que hasta entonces fuera desconocido. Jesús mismo había recordado a aquel jefe del pueblo que amar a Dios y al prójimo eran el mandamiento más grande de la Ley antigua (cfr. Mc 12, 28-31). ¿En qué sentido, entonces, es nuevo? Encontramos la novedad en dos aspectos: En primer lugar, porque Jesucristo señala una nueva medida. Hasta entonces se había dicho: amarás al prójimo como a ti mismo. Ahora el Señor indica que hemos de amarnos como Él nos ha amado. Él ha amado a todos sin excepción, justos y pecadores, por todos los hombres y por todas las mujeres dio su vida y murió en la Cruz. Disculpó incluso a los que le habían condenado injustamente y pidió por ellos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Hemos de amar al prójimo como Dios nos ama, con el amor que recibimos de Dios mismo, amor que le ha llevado a hacernos hijos suyos (cfr. 1 Jn 3,1).

Es también un mandamiento nuevo –y es éste el segundo aspecto al que me refería–, porque el amor de Dios y del prójimo no es un mandamiento más, sino que es el mandamiento esencial, aquel que resume y contiene en sí todos los demás.

2. En la segunda lectura de esta Santa Misa hemos oído las palabras de San Juan en el Apocalipsis: «vi un cielo nuevo y una tierra nueva». Dios realizó por sí solo la creación, pero quiere contar con nosotros para la nueva creación, la civilización del amor de la que tantas veces han hablado los Papas recientes: una civilización del amor en la que se respeta la vida desde la concepción hasta la muerte; una civilización del amor en la que la familia, fundada en el matrimonio uno e indisoluble, sea el hogar amable y luminoso querido por el Señor; una civilización del amor que impulsa hacia la verdad y la justicia e impregna la sociedad, sus instituciones y las relaciones de todos los hombres.

La primera lectura de esta Santa Misa –de los Hechos de los Apóstoles– nos narra como San Pablo y San Bernabé, después de recorrer varias regiones y ciudades, regresan a Antioquía y reúnen a los cristianos para informarles sobre «la misión que se les había encomendado… y para contarles lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles las puertas de la fe». La misión recibida llevaba a San Pablo y a San Bernabé a viajar incansablemente para difundir el mensaje de Jesucristo, pero nos quedaríamos cortos si nos limitásemos a contemplar admirados su ejemplo sin darnos cuenta de que también nosotros –todos, sin excepción– hemos recibido con el bautismo la misión no sólo de practicar personalmente el mandamiento del amor, sino también de propagarlo a nuestro alrededor. Dios no nos pide que nos movamos de nuestro sitio ni que abandonemos nuestro trabajo, pero sí quiere que cada uno de nosotros, allí donde estamos, difundamos con el ejemplo de nuestra vida ordinaria y con nuestras palabras el tesoro de amor que hemos recibido.

3. Los textos sagrados nos han mostrado cómo el amor a Dios y al prójimo debe ser el Norte de nuestra vida. Esa enseñanza hay que aplicarla a las circunstancias en las que nos desenvolvemos habitualmente, porque ése y no otro es –no podemos dudarlo– el ámbito concreto en el que hemos de ponerla por obra.

Al hacerlo, hemos de tener presente el modelo hecho vida en la nueva Beata, Madre Carmen del Niño Jesús, pues ella, en los distintos momentos de su existencia en la tierra, amó a Dios y a todas las personas con el amor de Jesucristo.

Desde los años de su infancia y juventud la Beata Carmen practica una intensa vida de piedad. La fuente inagotable donde aprende a vivir el mandamiento nuevo es la Eucaristía. Se acerca a diario para recibir la Sagrada Comunión, cosa no frecuente en la época. Ahí radica su fuerza. «El corazón eucarístico de Jesús, preso de amor en el Sagrario»–como se expresa el Beato Obispo Manuel González– le enseña la verdadera entrega. Por eso ella puede afirmar: «Los sufrimientos de esta vida me parecen nada, comparados con la dicha de poder recibir diariamente a Jesús Sacramentado».

Amor a Dios y amor al prójimo son el ámbito de su vida real. «Nadie toma tan en serio la vida real como el santo» (Romano Guardini, «El Señor», VI, IX).

Y al crecer en ella el amor a Jesús y su imitación en las diversas circunstancias de la vida, entendió la misión a que Dios la enviaba: acercar a Jesús las almas que Él puso en su camino, contar las maravillas del Señor «que tanto nos quiere», enseñar a descubrirlo y amarlo. Y, al mismo tiempo, enjugar las lágrimas de los pobres y enfermos llevándoles ayuda y consuelo; atendiendo a la educación de niños y jóvenes, al cuidado de enfermos y ancianos, a las jóvenes obreras, a los pequeños necesitados de cuidados.

Junto a la Eucaristía, los Misterios de Belén y el Calvario iluminan el camino espiritual de la nueva Beata y marcan su entrega a Dios y a los hermanos.

La contemplación de la pobreza y humildad del Divino Nacimiento, la enseña a hacerse pequeña, a no buscar grandezas materiales, a acoger con amor a los niños, sobre todo a los niños pobres, y hacerles todo el bien que puede. «Mirad en los niños la presencia de Jesús Infante», dice a sus hermanas.

La Pasión del Señor, su Muerte redentora, es también fuerza muy viva en Madre Carmen del Niño Jesús. La entrega suprema por amor le da fuerza para superar los largos y difíciles años de su matrimonio, y también los sufrimientos que hubo de soportar como fundadora. Cuando ella afirma que «la vida del Calvario es la más segura y provechosa para el alma», ha experimentado cómo el amor a Jesucristo, que sufre y muere para salvarnos, da sentido al silencio y la paciencia en las acusaciones y calumnias, al perdón generoso, al don de sí, a la docilidad constante a la voluntad de Dios.

4. El Señor eligió Madre Carmen como instrumento para que fuese reflejo de la morada de Dios con los hombres, para enjugar lágrimas, disminuir el llanto, consolar en el dolor. Por el espíritu franciscano la dispuso a ser portadora de Paz y Bien; por la devoción al Corazón de Jesús manso y humilde, la impulsó a «manifestar a todos el amor que Dios nos tiene» (Cfr. Constituciones 5); en el Corazón Inmaculado de María le enseñó «la actitud ante Dios y ante la vida» (Ib. 6). Y le inspiró la fundación de un Instituto religioso para que su misión continuara en la Iglesia y en el mundo más allá de sus años terrenos.

Esta Obra, la Congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, cumple el próximo día 8, pasado mañana, 123 años de existencia. Nació en mayo, el «mes de María», la más perfecta discípula de Jesús, la que mejor nos enseña «a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y a ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento» (Benedicto XVI: «Deus Caritas est», 42). También en mayo, esta tierra venera con fervor a Cristo Crucificado bajo la advocación de «Señor de la Salud y de las Aguas».

Hace 123 años que esta ciudad de Antequera recibe la bendición que Dios envía a través de Madre Carmen y oye contar las obras que el Señor hace por medio de la Congregación en diversas regiones de España y en diversos países de América: República Dominicana, Nicaragua, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela.

Es cierto que «La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» (Ib.).
Madre Carmen repetía «Bendito sea Dios, que tanto nos quiere», en el dolor y en el gozo. Y su alma no quería guardar ese tesoro para ella sola. Por eso exclamaba: «Cuando miro al cielo, se acrecientan mis deseos de ir por esos mundos a enseñar a las almas a conocer y amar a Dios».

Hoy, quienes han recibido el influjo del anhelo de Madre Carmen, se alegran al poder celebrar las obras grandes que Dios ha hecho por medio de ella. Se alegran al experimentar que «nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo; nada más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con él» (Benedicto XVI en la Misa de inicio del Pontificado (S. C. 84).

Porque Madre Carmen tomó en serio el amor de Dios y la misión a que Él la enviaba, porque obedeció el mandato «Amaos unos a otros como yo os he amado», el Señor ha querido mostrar que es «de los suyos», y ha concedido muchas gracias por su intercesión, entre ellas la curación milagrosa de una Hermana. Por ello, nuestra Santa Madre Iglesia nos la presenta como modelo y nos ofrece hoy el gozo de esta Solemne Ceremonia Eucarística de Beatificación.

Que su santidad sea ejemplo para nuestra vida.

Antequera, 6 de mayo de 2007
José SARAIVA MARTINS
Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos

Homilía del Nuncio Apostólico en la Eucaristía de acción de gracias en la Iglesia de Ntra. Sra. de los Remedios de Antequera tras la Beatificación de Madre Carmen

«Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti». (San Agustín)

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Ayer, ha sido proclamada beata la Madre Carmen del Niño Jesús, fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones. Hoy, nos hemos congregado alrededor del Altar para darle gracias al Señor por el regalo que nos ha dado en la persona y en la obra de la Beata Madre Carmen del Niño Jesús así como por tenerle ahora como nuestra particular intercesora en el cielo. Me es pues, particularmente grato participar en esta Eucaristía de Acción de Gracias.

Quisiera en este momento saludar con afecto a todos los que nos acompañan: al Emmo y Rvdmo. Sr D. José Saraiva Martins Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, al Excmo. y Rvdmo Sr. D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga, a los Excmos Sres. Obispos y a los sacerdotes concelebrantes. Igualmente me complace dirigir un deferente saludo a las Excelentísimas Autoridades. A los religiosos, religiosas, seminaristas a todos los presentes y a cuantos se unen a nuestra celebración por los medios de comunicación, un saludo cariñoso y la bendición de Su Santidad Benedicto XVI a quien tengo el honor de representar en España.

La fiesta de la beatificación de la Madre Carmen del Niño Jesús y los textos litúrgicos que hemos escuchado nos invitan a «dar gracias a Dios, dar testimonio de nuestra fe, realizar el designio de Dios sobre nuestra vida, camino de felicidad.» Veamos el primer tema.

Dar gracias a Dios

Con el salmista hemos proclamado «cada día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre sin fin». El salmista manifiesta su reconocimiento al todopoderoso por los beneficios que le ha concedido. Recuerda particularmente su grandeza, su inmensa bondad, sus proezas, sus obras maravillosas, sus prodigios e invita a dar gracias al Señor, a bendecirle, a proclamar su gloria. «Señor, Dios mío, Te alabaré por siempre». El apóstol S. Pablo ha escrito una carta a los colosenses en la cual, como hemos escuchado, en la primera lectura escribe: «Sobre todo revestíos de la caridad (…) y que la paz de Cristo se adueñe de vuestros corazones (…) Y sed agradecidos». El texto del evangelio de hoy, al relatar la curación de diez leprosos muestra que el dolor une y que cuando agradecemos al Señor, recibimos más de lo que pedimos. El dolor, la enfermedad de la lepra, no impedía que un samaritano caminara junto con nueve judíos afectados por la misma dolencia. El samaritano, al agradecer al Señor al curación, recibió un don mayor. Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado». El salmista, S. Pablo y el evangelista San Lucas nos conducen a darle gracias a Dios. La beata Madre Carmen del Niño Jesús, que conocía muy bien estos textos, enseñó a sus hijas y a todos nosotros a ser agradecidos. Nos enseñó también a dar testimonio de nuestra fe. Este es el segundo punto de nuestra reflexión.

Desde muy joven la beata Carmen del Niño Jesús, ha escuchado la Palabra de Dios, la ha acogido en su corazón y la ha transmitido dando elocuente testimonio de su fe. El 30 de junio de 1834, nació en esta histórica tierra de Antequera. Recibió el bautismo el día siguiente a su nacimiento. De carácter bondadoso, María del Carmen González Ramos simpática, inteligente, bien preparada para la vida, contrajo matrimonio a los 22 años de edad. Pasados 25 años, quedó viuda y sin hijos. Si antes había procurado conocer los designios de Dios sobre su vida, ahora en estas nuevas circunstancias, lo hizo más intensamente. Se preguntó ¿Qué quieres Dios de mí? ¿Qué debo hacer para corresponder a los designios de Dios, al proyecto de Dios sobre mi vida?

Este es el tercer punto de nuestra meditación. No estoy en este mundo por casualidad. Salí de las manos de Dios. Dios me hizo con un fin. Dios tiene un proyecto para mi vida. Tiene una tarea para mí. Y después de esta búsqueda ardiente por conocer los designios de Dios sobre su vida y una vez superadas las dificultades, aceptó los designios de Dios, aceptó el camino que le era propuesto. Lo acogió, recordando las palabras de la Santísima Virgen: «Hágase en mí según tu palabra». Aceptó su futuro misterioso. Dio fe. Creyó. Se puso en manos de Dios. No es que haya capitulado frente a un enigma, a un absurdo, sino que se ha puesto en las manos de Dios. Pero no sólo buscó conocer los designios de Dios sobre su vida, no sólo aceptó su proyecto, la tarea que se le había presentado, sino que ha sido siempre fiel. Es que es relativamente fácil comprometerse a algo por algún tiempo. Más difícil es asumir responsabilidades para siempre.

Como sabéis del proceso de beatificación y la homilía de ayer del Señor Cardenal Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, la beata Carmen del Niño Jesús ha sido un precioso instrumento en las manos de Dios para fundar la Congregación de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones y para llevar el mensaje del Señor a tantas almas, particularmente a los niños más necesitados.

Queridos hermanos y hermanas, Dios tiene también un proyecto para la vida de cada uno de nosotros. Como la beata Carmen del Niño Jesús, necesitamos dar espacio a Dios en nuestra inteligencia en nuestra voluntad, en nuestro corazón. Dios tiene una tarea para cada uno de nosotros. La desvela, la explica de muchos modos, en el curso de nuestra existencia, cuando niños, jóvenes o menos jóvenes. Debemos procurar conocer ese proyecto, aceptarlo y serle fiel.

«La época que estamos viviendo, con sus propios retos, resulta en cierto modo desconcertante.Tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo». Escribió el Papa Juan Pablo II. No ser realizan. No encuentran un camino que les llene. No encuentran la felicidad. Es que la verdadera felicidad consiste en la perfecta satisfacción de nuestros deseos y en este mundo nada ni nadie puede satisfacer totalmente nuestros deseos. Queremos siempre más y más y más, sea poder, dinero, placer, arte. Sólo el infinito puede llenarnos. Sólo Dios puede llenar completamente nuestra alma, como hermosamente describió S. Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti».

Digámosle al Señor

–Que queremos ser fieles hoy y siempre a sus designios sobre nuestra vida y corresponderle lo mejor posible.

–Que queremos ser coherentes entre la fe que profesamos y la vida que llevamos y que nuestra coherencia no sea efímera, sino constante y perseverante.

–Que estamos dispuestos a dar claro testimonio de nuestra condición de católicos «tratando de dar al mundo un suplemento de alma para que se un mundo más humano y fraterno desde el que se mira hacia Dios».

De la mano de nuestra Madre Santísima y por la intersección de la beata Carmen del Niño Jesús haremos el camino que nos conduce a la verdadera felicidad: «Nos has hecho par ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti». Así entendemos mejor la vida, la obra y las siguientes palabras de la beata Carmen del Niño Jesús: «Cuando miro al cielo se acrecientan mis deseos de ir por esos mundos a enseñar a las almas a conocer y a amar a Dios».

Que el Señor les bendiga.

Antequera, 7 de mayo de 2007
Manuel MONTEIRO DE CASTRO
Nuncio Apostólico

Ante la beatificación de Madre Carmen GRACIAS, SEÑOR, por este regalo que nos haces, por esta merced que otorgas a tu Iglesia.

Nosotros reconocemos los dones que has concedido a Madre Carmen, sabemos de su correspondencia a tu gracia.

Ella pensando en tu amor exclamaba: ¡Bendito sea el Señor que tanto nos quiere!

Ella nos enseña a mejor conocerte y a más amarte.

Como ella correspondió a tu gran amor, así nosotros deseamos vivir, amar y ser testigos. Los hermanas del Instituto por ella fundado, la familia extendida de Madre Carmen, los alumnos y asistidos, las familias y profesionales de nuestras comunidades educativas y asistenciales, todos cuantos hemos tenido la oportunidad de conocerla te damos las gracias por el don de su Beatificación.

Concédenos pronto, te rogamos, el milagro requerido para la canonización.

Las necesidades de las personas que con nosotros están, las ponemos ante ti por medio de la intercesión de nuestra Beata Madre Carmen del Niño Jesús González Ramos.