Claridad II de Calasparra se sube al barco de Paz y Bien

Hoy quiero agradecerte más que nunca lo que me has concedido. Ha sido un día increíble. ¡Ojalá todos fueran igual! 

Estoy con mis amigos, que son un poco ruidosos… Pero por mucho ruido que hagamos, tú hablas más fuerte, Madre, y puedo oírte aunque no lo parezca.

En la convivencia que hemos tenido he reído, jugado, comido e, incluso, saltado. Pero sabía que a este día le faltaba algo: le faltabas Tú. Esa Virgen a la que tanto admiro y a la que tanto quiero; esa Virgen que me espera con los brazos abiertos en señal de acogida; esa Virgen que me entiende y me ayuda; esa Virgen que te da esperanza y te ayuda a seguir adelante; esa Virgen que sólo tiene un nombre: Virgen de la Esperanza.

Una vez más me has mostrado que todo está en tus manos. Primero fuimos en mi coche hasta el sitio donde nos subiríamos a la barca; luego hicimos el descenso todos juntos como hermanos y amigos que somos. Acabamos hambrientos, pero luego, en tu casa, pudimos comer, reírnos, jugar.

Ahora que estoy delante de ti, quiero decirte que cuides mucho de las Hermanas para que sigan escuchándote y acompañándonos de mis ángeles, mis amigos de Paz y Bien. Gracias por este día, Madre. Todo esto no hubiera  sido posible sin que tú intervinieras. Simplemente ¡gracias!